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Opinión | Los otaku y el caso de ME!ME!ME!

En mi primera visita a Japón conocí Akihabara. El otrora barrio de la electricidad era ya la atracción otaku por excelencia: tiendas llenas de discos, mangas, figuras, videojuegos, ropa, accesorios, etcétera. Montones de objetos conmemorativos. De algunos ni siquiera pude imaginar su función. Hoy, tres años después, fui de nuevo y siguió pareciéndome delirante, pero por razones distintas. No es que haya cambiado gran cosa; es, quizá, que yo lo estaba viendo desde otra perspectiva.

Una vez en las calles de Akihabara, uno está rodeado de otaku buscando hacerse con algún producto de sus historias y personajes favoritos. Quizá una figura. Quizá un adorno que pueda llevar en el celular. La mayoría están en su adolescencia o en sus veintes. Unos van solos y otros en pequeños grupos. Ríen.

Para llegar, tuve que tomar el tren. No sé cuántos trenes tomé durante mi estancia. Si me detenía a ver a la gente, notaba que hay jóvenes, pero también muchas personas mayores. En ocasiones, éstas últimas son mayoría. Sabemos que la sociedad japonesa está cambiando. Cada vez envejece más y no son muchos los bebés que nacen. Esto, dicen los enterados, será un grave problema en décadas futuras.

Absortos, los otaku arrojan su deseo sexual a las reproducciones plásticas de sus personajes amados. No niego que muchas son muy lindas y me gusta mucho verlas. Poseo unas pocas. En Akihabara su consumo es febril. Uno puede encontrarlas en uniformes de escuela, en traje de baño, desnudas. O bien, impresas en alguna prenda o accesorio. Me recuerdo que es una forma de apropiarse de lo que es significativo, pero si lo veo con calma, no deja de ser un poco extraño.

ME!ME!ME!

En el maid café, la situación tomó otro cariz. Nos atendió una chica que no parecía japonesa. Desbordaba energía y prodigaba sonrisas. No era particularmente bonita, pero caía bien. Además de su uniforme, usaba unos lentes de contacto que le agrandaban las pupilas de manera antinatural. Los clientes eran casi todos hombres otaku. Algunos tenían a su lado las bolsas llenas del botín de compras del día. Es muy probable que no vivieran cerca, que hubiesen planeado la visita con antelación. Platicaban con ellas, reían; ellas devolvían la risa. Es otra clase de fantasía, pero comparte con la anterior el despliegue de lo sexual. No es una sexualidad reprimida. Es diferente. Tiene sus escenarios, sus objetos, sus conductas, sus rituales. Sus fantasías.

Me gusta la fantasía y, para mí, el anime es una forma de contar historias fantásticas. No puedo desasociar a los personajes de sus historias; esa es la manera en que les doy vida. Cuando me interesan, una de mis mayores aficiones es desmenuzar sus vidas internas; lo que yo creo que son. Los trato como si estuvieran vivos y especulo sobre sus motivaciones, sus deseos, sus miedos e inquietudes. Me alegro y me duelo con ellos. Me pregunto qué intención oculta, inconsciente, tuvo el autor al momento de crearlos.

¿Puede hablarse de intenciones en el autor? No lo sé. Muchas veces no, supongo. Los personajes se construyen sabiendo perfectamente qué es lo que va a gustar a la audiencia; desde sus cualidades visuales hasta su personalidad. Otras veces, conflictos más profundos se indican o explicitan, haciéndome pensar que alguna de las inquietudes del autor se deslizó por la pluma, quizá sin darse cuenta. Entonces, los atributos que se le proporcionaron se tornan sospechosas. ¿Hay algún mensaje detrás de toda esa parafernalia?

***

Hace algunas semanas circuló en la red el video musical ME!ME!ME!, producido por el estudio Khara (Rebuild of Evangelion). En palabras de sus realizadores, trata de un chico “atacado y violentado por muchas chicas”. Y sí, de eso se trata todo.

El chico en cuestión es, claramente, un otaku. Nos lo dice el póster en su pared, el modelo sin armar de su escritorio, las figuras del cast femenino de Evangelion en su repisa. Al principio aparece recostado en la cama, con la mirada ausente. Su habitación luce desordenada y sucia. En el monitor, una imagen permanece estática. Dos chicas idénticas, de pelo azul y formas voluptuosas lo invitan a entrar a un universo virtual, en el que él inmediatamente aparece complacido, sonriente. El espectáculo no podría ser más deseable: la misma chica repetida infinitamente, bamboleando sus atributos con alegría y sensualidad. En el fondo, una mujer desnuda le mira. Es diferente a las anteriores: su cuerpo es idéntico al de las bailarinas, pero su cara es monstruosa. Ella es, evidentemente, la regente del espectáculo.

ME!ME!ME!

El chico no puede evitar ser devorado por ella, ahogado entre sus enormes senos. Las imágenes se superponen, pero todas llevan consigo los mismos elementos: él, siendo absorbido por la mujer monstruosa. Sin embargo, su naturaleza es dual: debajo de la máscara también está el dulce rostro de una chica que clama ser rescatada. Los recuerdos de una feliz vida juntos se reproducen en el monitor mientras sus órganos internos son masticados por el monstruo. Él lucha, se reconstruye y la enfrenta, sólo para ser derrotado nuevamente. En el último instante, mientras su cuerpo sirve de alimento a las hambrientas chicas, se deja llevar por la satisfacción de un último beso. Y ya, todo es un sueño que se repite al infinito.

Si uno se los busca, los significados están ahí para enunciarse (y pueden encontrarse con facilidad en distintos blogs que tampoco resistieron la tentación de tocar el tema): mediante el deseo, el otaku se vuelve la carne misma que alimenta a un sistema perverso, que lo atrae con la falsa promesa de amores fantásticos. Mientras tanto, la basura se acumula a su alrededor y él es cada vez más ausente, más pasivo.

La letra de la canción, sin embargo, es a él a quien recrimina; haciendo suponer que lo que relata es una historia de amor malogrado en la que él no puede salir delante de un rompimiento causado por su indolencia e imbecilidad: Dijiste que yo era lo más profundo de tu ser, tu odio y tu tristeza. ¿Lo que creaste no es una mentira? ¿Lo que tú creaste es mi verdadero yo? Mi corazón cambió a tu conveniencia. Falsos recuerdos, una mente angosta. ¿O acaso es ella la culpable? ¿Es ella quien, con su constante demanda de atención y cariño está arrebatándole individualidad, orillándolo a refugiarse en la fantasía?

ME!ME!ME!

O bien –una tercera posibilidad–, ¿es su propia fantasía quien lo recrimina? ¿Qué harás con tu vida? ¿Cómo te ganarás la vida? No importa cómo vivas, siempre serás un perdedor. El miedo te detiene, se construye y se acumula en tu interior.

Esas interpretaciones (y otras) pueden ser válidas. La razón para que no haya consenso es que el video en sí relata una historia llena de ambigüedades y vacíos; de imágenes que van de lo tierno a lo sensual y, de ahí, a lo grotesco y de regreso. Sólo unas pocas pistas nos dan luz para entender lo que hemos visto. En todo caso, la descripción oficial es perfecta: es sobre ser atacado y devorado por muchas chicas.

ME!ME!ME!

¿Puede hablarse, en este caso, de intención? ¿Hay algún mensaje? ¿Sólo se trató de generar polémica?

Esa última cuestión plantea algo interesante: si la intención fue generar la polémica y nada más, es claro que desde su planeación se sabía perfectamente que las imágenes causarían esa reacción. Si no, ¿para qué elegirlas y desarrollarlas tan meticulosamente? Para mí, es claro que se sabe perfectamente que el sexo es un punto vulnerable y que la imagen arquetípica de la mujer devoradora produce en los hombres –y no únicamente en los otaku– una revitalización del temor ancestral al propio deseo. Digo que es ancestral, porque es un tema recurrente en los cuentos de hadas, las religiones y las ficciones que hoy seguimos consumiendo. En los otaku, sin embargo, el temor se manifiesta de forma muy concreta y observable: en las figuras en los estantes, las maids en los cafés, las waifus en la pantalla son, quizá, advocaciones menos amenazantes que una mujer real. O esa es, al menos, una opinión bastante extendida.

freudchicken

Editor en Tadaima. Especialista en Estudios sobre Japón. Entusiasta de las historias y sus lenguajes.

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